Entre julio de 1947 y julio de 1994 la Fuerza Aérea de los Estados Unidos mantuvo un mutismo absoluto alrededor del «caso Roswell», uno de los incidentes OVNI más complejos que se recuerdan. De esta manera, las autoridades evitaron pronunciarse sobre la eventual recuperación de los restos de un platillo volante siniestrado en uno de los abundantes parajes desérticos de Nuevo México. En 1994 esa actitud cambió, y la USAF optó por tratar de explicar el caso como la caída de un globo experimental de alto secreto. Javier Sierra dedicó su primer libro a este misterio, encuestando testigos, revisando material gubernamental y sacando sus propias conclusiones. Este artículo suyo resume parcialmente la cuestión.
El llamado «caso Roswell» es, sin duda, el incidente OVNI más trascendente de la historia de este enigma. Tuvo lugar a primeros de julio de 1947, cuando en un rancho próximo a Corona y distante unos 70 kilómetros de Roswell, en Nuevo México (EE.UU.), William MacBrazel encuentra unos restos extraños esparcidos por su finca. Se trataba de una caótica colección de fragmentos metálicos que cubrían más de un kilómetro Restos del OVNIcuadrado de terreno, de aspecto bizarro, metalizados y algunos cubiertos de una especie de indescifrables «jeroglíficos». ¿A qué clase de ingenio pertenecían aquellos restos? ¿A un avión experimental que había sufrido un accidente en el desierto? ¿A un globo? ¿…O a otra cosa?
Pocos días más tarde, oficiales de inteligencia de la base aérea de Roswell inspeccionaron el lugar y tomaron abundantes muestras de aquellos fragmentos. McBrazel no recibió ninguna explicación al misterio, y se le ordenó guardar silencio. Finalmente, el 8 de julio de 1947, en la edición de tarde del Roswell Daily Record, se publicó una nota de la oficina de prensa de la base militar de la ciudad en la que se afirmaba que la Fuerza Aérea «captura un platillo volante en un rancho de la región». Aquel titular sensacionalista fue, sin embargo, desmentido horas después siguiendo órdenes de Washington, y pronto se enterró oficialmente todo el asunto. Esto, no obstante, no impidió que surgieran rumores sobre un segundo lugar de impacto donde otros testigos aseguraron que los militares recogieron fragmentos mayores de una nave espacial así como los pequeños cuerpos de sus tripulantes. Había nacido uno de los rumores más intensos, contradictorios y extraños del siglo XX…
Pero déjeme el lector que le sitúe mejor.
Federal Building, Nueva York.
30 de Enero de 1996
Nunca es tarde para estas cosas.
Con cierto despiste, el investigador neoyorquino Manuel Fernández, el periodista Enrique de Vicente y yo deambulamos unos minutos por el hall de la sede del FBI en Nueva York en busca de una de las 23 «librerías oficiales» que el Gobierno de los Estados Unidos tiene distribuidas por todo el país. Cuando finalmente dimos con ella, el trámite fue fácil: a cambio de 52 dólares, el dependiente puso en nuestras manos un libro de aproximadamente 1.000 páginas, recién publicado por la Fuerza Aérea norteamericana, y titulado El informe Roswell: realidad contra ficción en el desierto de Nuevo México. Se trataba –al menos en esa fecha– de la última palabra de los militares sobre el caso Roswell y la eventual recogida de restos pertenecientes al accidente de un platillo volante relativamente cerca de la frontera mexicana.
Una vez examinado, aquella especie de enorme listín telefónico nos condujo a una equívoca conclusión: que probablemente fue la caída de un globo experimental secreto lo que desató la noticia de que los militares de la base aérea de Roswell habían recuperado los restos de un OVNI en el verano de 1947. Sus argumentos, aunque abundantemente respaldados por un buen número de cartas, croquis, mapas, gráficos y fotos de época, no eran nuevos. De hecho, recalcaban las conclusiones que ya en julio de 1994 había elaborado Richard Weaver, un coronel de la Air Force Office of Special Investigations (AFOSI), en un escueto informe de apenas 32 páginas, fruto de una repentina e inexplicable prisa en la Fuerza Aérea por esclarecer de una vez por todas un episodio que entonces estaba a punto de cumplir medio siglo de vida.
Lo que tanto el texto de Weaver como el nuevo Informe Roswell argumentaban era que los restos de aquel «OVNI» eran, en realidad, fragmentos del vuelo nº 4 del Proyecto Mogul. Fue este, al parecer, un programa ultrasecreto auspiciado por la Universidad de Nueva York bajo la coordinación del doctor Charles Moore, que pretendía situar micrófonos de alta sensibilidad en las capas altas de la atmósfera gracias a sencillos globos de sondeo meteorológico. ¿Su intención?: comprobar si era posible detectar ondas procedentes de eventuales pruebas nucleares soviéticas en Siberia. Es decir, lo secreto nunca fue el material utilizado en aquellas pruebas, sino el propósito último de los lanzamientos de los globos. A fin de cuentas, la razón de la cautela militar era más que evidente: en 1947 se suponía que sólo Estados Unidos –y más concretamente la base de Roswell– poseía armas atómicas; la sola posibilidad de que los rusos pudieran haber desarrollado esa misma tecnología amenazaba con transformar el equilibrio político del momento creado tras el final de la II Guerra Mundial. Como así sucedería poco más tarde.
Dos globos perdidos… y un OVNI
Según la Fuerza Aérea, el Proyecto Mogul realizó once lanzamientos de globos entre Mayo y Julio de 1947 en Nuevo México. Se trataba de globos sonda convencionales a los que se les unía una larga «cola» de reflectores de radar parecidos a cometas, hechos de papel de aluminio y madera de balsa fijada con cinta adhesiva. Pues bien, de acuerdo con la información suministrada por la USAF, sólo dos de aquellos once vuelos cayeron en paradero desconocido y nunca fueron recuperados. Se trataba de los globos números 3 y 4, lanzados los días 29 de mayo y 4 de junio de 1947 respectivamente.
¿Podría corresponder uno de aquellos aerostatos a los restos que encontrara en el rancho Foster el granjero William MacBrazel? Sobre esta suposición orbita hoy toda la autodefensa de la Fuerza Aérea. Una suposición frágil si tenemos en cuenta que entre la fecha del último vuelo citado y el inicio del caso Roswell media casi exactamente un mes y que –según confesara el propio doctor Moore a la USAF– difícilmente los restos de aquellos globos podían resistir durante mucho tiempo bajo el sol del desierto sin que aparecieran escamas en el neopreno primero, y quedaran reducidos a un montón de cenizas pocos días después.
Y eso no es todo: el hombre que recogió los primeros restos del OVNI de Roswell, el granjero MacBrazel, no encontró la etiqueta adhesiva que siempre acompañaba esta clase de artilugios y que ofrecía una sustanciosa recompensa a aquel que devolviera los restos del globo a las autoridades. MacBrazel no sólo no cobró nunca esa recompensa, sino que incluso permaneció detenido por militares de la base de Roswell entre el 9 y el 15 de julio de aquel lejano 1947. Éstos no sólo le mantuvieron alejado de sus tierras (y del OVNI) durante seis días, sino que incluso le obligaron a cambiar sus primeras declaraciones con la intención de echar tierra al asunto.
El papel de la prensa
El «secuestro» de MacBrazel tenía una poderosa razón de ser. Su hallazgo fue prematuramente divulgado por el oficial de relaciones públicas de la base, el teniente Walter Haut, en un comunicado de prensa en el que se aseguraba que los militares habían tomado por fin posesión de un platillo volante. En 1991 entrevisté a Haut en su casa de Roswell, y él mismo me aclaró la película de los hechos. Según este teniente, una oportuna llamada desde Washington, del general Clemens MacMullen al general de brigada Roger Ramey en Dallas (y superior jerárquico de la base de Roswell), ordenó silenciar el asunto y construir la tapadera informativa que explicara que todo había sido una lamentable confusión. Que lo recuperado en Roswell eran, en realidad, los restos de un sencillo globo sonda.
De hecho, el propio general de brigada Ramey, para disipar cualquier sombra de duda entre los periodistas, ordenó que un B-29 llevara hasta su Cuartel General fragmentos del «OVNI» que poder mostrar en una rueda de prensa y que demostraban su tesis. Asombrosamente nadie le formuló entonces la pregunta clave: ¿cómo había sido posible que los restos de un evidente globo sonda como el que mostró Ramey en Dallas hubieran podido confundir de semejante forma a los bien entrenados hombres del Servicio de Inteligencia militar de la base de Roswell?
El asunto, desde luego, no terminó ahí. Minutos después, oficiales bajo las órdenes de Ramey telefoneaban al FBI para aclarar esta situación, dando pie, poco después, a un télex federal en el que se explicaba que lo recuperado en Nuevo México había sido «un globo meteorológico con un reflector de radar», y en el que se informaba de que éste estaba siendo transportado «por un avión especial a la base de Wright Field para su examen».
Un «globo» muy especial
¿Qué tenía de especial aquel «globo» para recibir todas esas atenciones y ser trasladado a la base de Wright Field (más tarde Wright Patterson)? ¿Por qué no sucedió esto mismo con ninguno otro de los vuelos del Proyecto Mogul? ¿Por qué en ninguno de los otros descensos de globos de este proyecto secreto no se acordonó la zona, ni se amenazó o retuvo a testigos en contra de su voluntad?
Todo esto, en cambio, sucedió en Roswell. El sheriff George Wilcox, por ejemplo, fue el primer civil que entró en contacto con William MacBrazel y quien le recomendó que se dirigiera a los militares para ponerles al corriente de su hallazgo. Pues bien, este agente del orden fue severamente amenazado por los propios militares para que guardara un escrupuloso silencio sobre los hechos. Las amenazas causaron tan honda impresión en él, que poco después rechazaba la candidatura a su reelección como sheriff de la localidad. También fue amenazado el dueño de la emisora KGFL que divulgó la primera noticia elaborada por el teniente Haut, así como otra radio mayor, la KOAT de Albuquerque, y algunos otros testigos civiles cuyos relatos han ido recuperándose con el correr de los años.
Stanton Friedman ¿Cómo entonces –se preguntará con justicia el lector– se venció el miedo a las amenazas y hoy puede saberse más de lo que sucedió cerca de Roswell en 1947? Muy sencillo: en 1978 el físico nuclear canadiense Stanton Friedman localizó al Mayor retirado Jesse Marcel, el oficial de la inteligencia militar que recuperó del rancho de MacBrazel los restos del «OVNI» y que, ya entrado en años y alejado de las obediencias militares, no dudó en reconocer que lo que él recogió del rancho Foster no fueron piezas de ningún globo sonda. Tras él confesaron el ex-teniente Walter Haut, el hijo de MacBrazel (Bill), los vecinos del rancho Foster y otros muchos militares directa o indirectamente implicados en el asunto. Todos coincidían en un punto: fuera lo que fuese lo que cayó en el rancho de MacBrazel, aquello no se parecía en nada a un globo sonda. Es más, la descripción de los restos que dio Marcel tampoco coincidía en absoluto con las características de uno de estos globos: allí había hojas de aspecto metálico, muy ligeras, que no pudieron ser dañadas ni con martillos, tijeras o punzones y resistentes al fuego y al calor; también encontró una especie de pequeñas vigas metálicas muy ligeras y fuertes, con ciertos signos grabados en uno de sus lados, así como una especie de piedras negras como de plástico negro.
Reacciones militares
Paradójicamente, lo que mejor «certifica» la extrañeza del caso Roswell es la propia reacción de los militares a partir de decretarse el secreto en torno a este asunto. Antes del accidente de Roswell, ni la Fuerza Aérea ni ningún otro organismo militar habían adoptado ninguna normativa explícita de censura hacia la información OVNI. No obstante, esta actitud pareció dar un giro de 180 grados desde el mismo momento en que el general MacMullen ordena la ocultación de la información relativa al accidente de Nuevo México.
La misma mañana del accidente, la del 4 de julio de 1947 (y fiesta nacional), el comandante en jefe nacional de los veteranos de guerra norteamericanos, Louis E. Starr, anunciaba en su discurso que a las 15 horas de ese día esperaba recibir un telegrama del Pentágono en el que se aclararía por fin quién o qué se escondía tras el entonces novedoso enigma de los platillos volantes. Las horas pasaron sin que el telegrama llegara, hasta que el propio Starr decidiera pasar página sin cumplir su promesa y declarara, días después, que esperaba despejar todos los malentendidos después de que el general Carl Spaatz –entonces comandante de las Fuerzas Aéreas– regresara de «cazar un platillo». ¿Se refería Starr al objeto de Roswell? ¿Desde cuando estaban los militares tras su pista?
A finales de aquel mes otro general, George Schulgen, recibía un completo informe basado en 18 observaciones de OVNIs seleccionadas de entre las mejores del periodo precedente, y en el que se establecía sin género de dudas que los OVNIs eran aeronaves discoidales, capaces de volar en perfecta formación, y que poseían una parte inferior abultada y una pequeña cúpula en su parte superior. Más tarde, el 23 de septiembre de 1947, el general Nathan Twining –que el 8 de julio de 1947 se encontraba, casualmente, en Nuevo México– redactó otro documento en donde se leía que «el fenómeno es real y no algo visionario o ficticio» y que había que «pensar en la posibilidad de que algunos objetos son controlados tanto de forma manual, automática o por control remoto». Con estos y otros datos, el general Schulgen se descolgaba el 28 de Octubre de aquel mismo año afirmando en otro documento, destinado a los servicios de información de la USAF en todo el mundo, que los OVNIs estaban construidos «utilizando varias combinaciones de metales, hojas metálicas, plásticos y quizás madera de balsa o material similar». ¿Cómo podía saberlo si no era basándose en los restos de Roswell, que se ajustan como un guante a esta descripción?
47 años después…
El silencio militar ha durado casi cinco décadas. Fue a partir de 1992, cuando dos investigadores civiles –Kevin Randle y Don Schmitt– reavivaron el caso Roswell entrevistándose con nuevos testigos, que el asunto del OVNI estrellado volvió a preocupar a los militares. Estos dos ufólogos convencieron al representante republicano por Nuevo México, Steven Schiff, de la gravedad de los hechos y éste decidió poner en un aprieto a la USAF encargando la reinvestigación del caso a la Oficina General de Contaduría (GAO) del Congreso. Se trata de un organismo público que sirve para controlar, entre otras cosas, los más de 30 billones de dólares anuales destinados a «fondos reservados» y que dispone de «carta blanca» para investigar en el seno de organismos gubernamentales.
Pues bien, antes que la GAO finalizara su informe, la USAF hizo público el suyo en Julio de 1994. No sólo era la primera vez que la Fuerza Aérea se pronunciaba sobre el caso Roswell desde el desmentido del general Ramey cuarenta y siete años antes, sino que era el primer comunicado oficial sobre OVNIs de la USAF desde el cierre del Proyecto Libro Azul en 1969. En él ya señalaba al vuelo nº 4 del Proyecto Mogul como el responsable del caso.
Un año más tarde, en Julio de 1995, la GAO emitía su propio informe, respaldando tácitamente el elaborado previamente por el coronel Weaver, pero asegurando que le ha sido imposible acceder a la información del caso porque alguien no identificado, contraviniendo la normativa vigente, había destruido la información administrativa básica de la base de Roswell correspondiente, entre otros, al periodo del accidente del OVNI. Además, su informe descartaba por completo que hubiera sido un accidente aéreo, un misil o un fallo nuclear el responsable del OVNI.
Finalmente, dos meses más tarde, la USAF remataba su faena con su monumental compendio El informe Roswell. Justo cuando en todo el mundo no se hablaba de otra cosa que de cierta película que presuntamente recogía las autopsias practicadas a unas extraterrestres barrigonas… y que en 1995 se emitían por las televisiones de medio mundo.
Autopsias dudosas
A primeros de 1995 –justo cuando todos los investigadores del caso Roswell esperábamos el pronunciamiento de la GAO sobre lo que sucedió en Nuevo México en el verano de 1947– surgió la noticia: un productor de televisión británico llamado Ray Santilli, se había hecho con 90 minutos de película «top secret» filmada por un tal Jack Barnett durante las autopsias practicadas a los tripulantes del OVNI de Roswell. La filmación, comercializada espectacularmente en los meses siguientes, nos desvió de nuestra espera de reacciones oficiales en Estados Unidos y nos obligaba a replantearnos el caso Roswell casi en su totalidad.
A fin de cuentas, si la película era verdadera debía aceptarse también la versión de Jack Barnett de que el OVNI de Roswell se estrelló a primeros de Junio (y no de Julio) de 1947, y que los tripulantes eran sensiblemente diferentes a lo que habían descrito otros testigos.
La «versión Barnett», sin embargo, no prosperó. La filmación presentaba –y presenta aún– muchos aspectos oscuros que obligaban a recelar de su autenticidad. Los últimos han sido apuntados por el investigador norteamericano Kal Korff quien, tras adquirir por 100.000 dólares una copia en video de «primera generación» de la filmación de las autopsias, ha descubierto numerosas irregularidades. Falta, por ejemplo, una cuarta pared en el quirófano –tal y como sucede en los escenarios de televisión–; ha encontrado el reflejo de una lámpara de set cinematográfico en algunos fotogramas y hasta ha localizado trazas de manipulación digital.
Lo sospechoso de este asunto, aún por encima de quién se esconde tras la autoría de este más que probable fraude, es el objetivo del mismo. ¿Qué se pretendía al hacernos creer que el OVNI de Roswell cayó a primeros de junio de 1947? ¿Acaso igualar la fecha a la del vuelo nº 4 del Proyecto Mogul? Y es más: ¿por qué la película de las autopsias se divulga justo a finales de Agosto de 1995, días antes de la emisión de El informe Roswell de la USAF? Mi impresión particular es que estos dos últimos hitos en la historia reciente del caso Roswell fueron coordinados para añadir confusión a este incidente y dificultar una pronta liberación de toda la información reservada al respecto. Y esa tesis es la que defiendo en mi libro Roswell, secreto de Estado.