El Misterio de Nicolás Flamel

[dropcap1]L[/dropcap1]a vida y muerte de Nicolás Flamel están rodeadas de misterio. Se cree que este genial alquimista nació hacia 1340 en Pontoise y que debió morir –aunque sobre esto corren muchas leyendas– alrededor de los 78 años, en París, en 1418. Tanto él como su mujer Perenelle fueron celebridades en su época, y en la zona de Saint-Jacques de la Ciudad de la Luz existen dos calles peatonales que recuerdan sus nombres y profesiones.

Flamel fue escribano, estaba familiarizado con los libros y las cuentas, y gozó de una cultura poco común en su época. Tuvo importantes rentas, y no fueron pocos los que pensaron que estas procedían de su arcano interés por la alquimia y su callado éxito en la obtención de la preciada Piedra Filosofal. Fuera esa o no la fuente de sus riquezas, Flamel mandó construir varias casas en París. La de la calle Montmorency, en la que se desarrolla una de las escenas más importantes de «El secreto egipcio de Napoleón», aún existe en nuestros días y es considerada la vivienda más antigua de la ciudad. Como su otra mansión en la Rue des Escrivains, ya desaparecida, la casa de Montmorency presenta interesantes grabados en su fachada. Fue levantada en 1407 a sólo diez minutos a pie de la iglesia de Saint-Jacques, y sus bajorrelieves muestran escenas como la adoración de los magos, cuatro ángeles músicos e incluso cortesanos, uno de los cuales es tenido por un retrato del propio Flamel. No obstante, nadie puede descartar la existencia de algún mensaje encriptado, de tipo alquímico y tan del gusto de su época, hoy olvidado entre los glifos de esa fachada.

Sabemos que el número 51 de la Rue Montmorency sirvió de albergue para pobres en tiempos de peste y hambruna en París, y que ya en la época de Bonaparte era una taberna que presumía del nombre del alquimista.

Javier Sierra visitó el lugar varias veces, e incluso le siguió la pista a la muerte de Flamel. Nunca halló su tumba, ni mucho menos su cuerpo, aunque sí una misteriosa lápida sepulcral hoy olvidada entre las muchas piedras almacenadas en el museo de Cluny, no demasiado lejos de Notre-Dame de París. El tema, claro, le fascina.